Los líderes políticos, como los yogures, tienen fecha de caducidad y, por higiene democrática, conviene que no se eternicen en el mando y se renueven periódicamente. Mariano Rajoy, sin embargo, aparenta no enterarse y sigue enrocado en su ‘olimpo monclovita’ y arropado por sus vestales Soraya, María Dolores y Cristina. Con astucia galaica y puño de hierro en guante de seda, Rajoy ha ido sembrando el terruño popular con los cadáveres políticos de quienes han pretendido sucederle y, después de él, el diluvio.
En una reunión para la necesaria regeneración del partido, con respecto a la cual –según ha comentado Isabel San Sebastián, actúa como Godot “ni está, ni se le espera” y como ha observado recientemente el exdiputado popular Jaime del Burgo, no se puede consentir el hundimiento del PP por el empecinamiento de un ‘capitán’ que se niega a ser relevado en el puente de mando.
Mariano Rajoy debería dar un paso atrás y confiar en la labor de regeneración de una persona, o de un equipo, que reúna las condiciones necesarias de integridad y de prestigio para conducir este proceso. Rajoy ya no es creíble y constituye un lastre para el PP, pues difícilmente podría librase del estigma de la corrupción del partido, que en algunos lugares, como la Comunidad Valenciana ha tenido carácter institucional. Es la lamentable gestión económica del PP nacional y alguna responsabilidad en ello tendrá Mariano Rajoy. En el mejor de los casos y aun exonerándole de la autoría, complicidad o encubrimiento del supuesto y continuado fraude fiscal cometido, el líder del partido durante largos años es responsable, al menos, por omisión.
A ver si va a tener razón Camilo José Cela cuando argumentaba que “en España, gana el que resiste”. Y metidos en dichos, cabe recordar aquel que decía: “Una retirada a tiempo equivale a una victoria”.