El recientemente fallecido expresidente de Caja Madrid, suicidado o asesinado, según se lo crean los ingenuos lectores, fue durante años un personaje siniestro ocupado sólo en enriquecerse a costa de una entidad de ahorro que fue modélica.
Recuerdo haber visitado las oficinas de la entidad en Brickell Avenue, la suite 2100, en Miami, Florida, como español despistado que se interesaba por su caja en ese continente. Y mi decepción fue mayúscula al encontrarme con unos empleados que se rascaban la tripa sólo esperando la llegada del presidente de su caja, en avión privado desde Madrid para llevarle a la mansión reservada en una urbanización de lujo para el disfrute de él y sus amigos. Yates, fiestas…
Durante los años en que gobernó la caja, tuvo que repartir a diestro y siniestro con las llamadas tarjetas Black a unos consejeros que miraban para otro lado mientras dilapidaban los dineros de los impositores, con el descaro del señorito andaluz que se creía dueño y señor de los dineros de Caja Madrid, y la llevó a la ruina con compras sospechosas como la del Banco de Miami.
Una oscura operación dónde se movieron cientos de millones en comisiones que aún no se han determinado porque en el reparto hay determinados personajes que no deben salir a la luz, no sea que nos llevemos sorpresas.
El miércoles nos informaron que quizá se había suicidado, después de desayunar con sus amigos previo a una cacería en su finca cordobesa. Vamos, que se pegó un tiro en el pecho, con un rifle de caza mayor. No me cuadra y veo una conveniencia en que no tire de la manta ya que para enriquecerse debió tener cómplices poderosos que trincaron y luego se asustaron cuando empezó a correr la versión de que estaba dispuesto a tirar de la manta.