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Las truchas del arroyo Tovar

Por: José Ruiz Guirado

viernes 02 de diciembre de 2016, 19:58h
Un vecino mío, Emilio, que tiene una memoria prodigiosa, quizá porque se haya pasado su vida en el campo, cuidando a los animales, rumiando ésta u otra cosa, con quien tengo pendiente sentarnos una tarde al calor del hogar, para tomar nota de su saber; dice que se nos está yendo noviembre poco a poco, que ya es un mes viejo. Y advierte que no se irá noviembre con sus barbas de nieve. Que aquí donde uno yace es lugar alto, en donde apunta el refrán se dan las primeras nieves; luego ya para San Andrés, lo hace en los pies, o sea, por ahí abajo: en Los Escoriales, el de Arriba y el de Abajo. Pero hoy nos hemos acordado de una mujer muy especial para Carlos V, su último amor: Doña Bárbara Blomberg (1527-1597). Es verdad que así, de primeras, pudiera ser cualquiera dama del siglo XVI. Pero si a continuación decimos que sería hija de un burgués alemán, que vivía en ciudad bávara de Ratisbona, a donde acudiría Carlos V para celebrar la Dieta con los príncipes alemanes, y conocería a esta joven de19 años, teniendo 46 el emperador, viudo desde hacía siete años de le Emperatriz Isabel. Un año después de este encuentro, daría a luz a un niño, que sería arrebatado con solo quince meses a su madre; quien años después, para nuestra gloria sería el gran héroe de Lepanto: Don Juan de Austria. Si hubiéramos escrito este que nos ocupa, el día primero de octubre, estaríamos recordando (1-10-1578) el cuatrocientos treinta y siete aniversario de su muerte. Pero no pretendemos traer aquí estos recuerdos, no. Vamos a hacerlo de algunos de los gustos de doña Bárbara, que venían a corresponderse con los del propio Imperio, que no eran otras viandas que “las truchas preparadas en leche helada”. No sabe uno si el hermano de su hijo, por parte de padre; o sea, nuestro rey Felipe II participaría de estas viandas. Lo que sí sabemos es que Promulgaría la Real Cédula de 24 de agosto de 1569, vedando la pesca de truchas –por su buena calidad-, que proporcionaba el Arroyo Tovar, que nacía en el Puerto de Malagón, vertiendo sus aguas en el Aceña, hasta desembocar definitivamente en el río Cofio.

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