A palabra dada, palabra cumplida
jueves 21 de mayo de 2015, 22:16h
La palabra es un don exclusivo de la persona. Sirve para comunicarse, entenderse, transmitir información y conocimientos, expresar ideas, deseos, sentimientos, emociones y promesas. Hablar sólo puede entenderse como la facultad de dirigirse a otras personas. El soliloquio, monólogo o hablar consigo mismo puede ser pensar o reflexionar, pero no es hablar en sentido estricto. Se habla para los demás. De ahí su importancia como vehículo de comunicación social. Dicho lo anterior, el valor de la palabra en el ámbito político exige algunas puntualizaciones.
A palabra es un don exclusivo de la persona. Sirve para comunicarse, entenderse, transmitir información y conocimientos, expresar ideas, deseos, sentimientos, emociones y promesas. Hablar sólo puede entenderse como la facultad de dirigirse a otras personas. El soliloquio, monólogo o hablar consigo mismo puede ser pensar o reflexionar, pero no es hablar en sentido estricto. Se habla para los demás. De ahí su importancia como vehículo de comunicación social. Dicho lo anterior, el valor de la palabra en el ámbito político exige algunas puntualizaciones.
En efecto, cuando se dice “por las palabras los conoceréis”, se emplea este pasaje bíblico para subrayar que sólo el aval de los hechos confirma o desmiente el valor de las palabras, pero esa idea también nos demuestra que la palabra precede necesariamente a los hechos. En este sentido, es más apropiada la frase, también de origen bíblico, “en el principio fue el verbo”, es decir, la palabra.
Es evidente que lo anterior significa juzgar la causa por el resultado. Además de lo dicho, el político que “como el pez se pierde por la boca” y además se olvida de que es “dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, en la actualidad se convierte en rehén de todas sus intervenciones públicas, orales o escritas, presentes y pasadas, al quedar grabadas y reflejadas en los distintos medios de comunicación social, impresos, digitales y audiovisuales existentes.
Los políticos ya no pueden escudarse en el viejo principio de que “las palabras se las lleva el viento”, pues las hemerotecas, fonotecas, bibliotecas y filmotecas son, actualmente, testimonios orales, gráficos y visuales que ponen al político frente a sus aciertos, errores, fallos e incumplimientos.
Nunca como ahora deben los políticos ‘medir sus palabras’ para que no sean utilizadas contra ellos por sus adversarios. Pero en política no basta con que hablen los políticos, es más importante que hable el pueblo. Donde el pueblo no tiene la palabra, la democracia, aunque hablen los políticos, no existe. Por otra parte, por mucho que hablen, si todos tienen la misma voz, el monólogo del poder se convierte en monopolio oficial de la palabra. La verdadera intención se da, por lo tanto, cuando el pueblo y los políticos hablan y se escuchan recíprocamente. El político debe saber escuchar y está obligado a oir la voz del pueblo para saber cuáles son sus aspiraciones y necesidades. El autismo, en política, es una grave enfermedad que supone vivir a espaldas o a ciegas de la realidad.
Decir, sin embargo, que “hablando se entiende la gente” nos parece una verdad a medias, pues resulta evidente que para entenderse hay que hablar, pero no por hablar se produce automática y necesariamente el acuerdo o entendimiento al que se aspira o se pretende.
Finalmente, hemos de decir que el auténtico culto a la palabra se demuestra cuando a la palabra dada, le sigue la palabra cumplida. En efecto, cuando se dice “por las palabras los conoceréis”, se emplea este pasaje bíblico para subrayar que sólo el aval de los hechos confirma o desmiente el valor de las palabras, pero esa idea también nos demuestra que la palabra precede necesariamente a los hechos. En este sentido, es más apropiada la frase, también de origen bíblico, “en el principio fue el verbo”, es decir, la palabra.
Es evidente que lo anterior significa juzgar la causa por el resultado. Además de lo dicho, el político que “como el pez se pierde por la boca” y además se olvida de que es “dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, en la actualidad se convierte en rehén de todas sus intervenciones públicas, orales o escritas, presentes y pasadas, al quedar grabadas y reflejadas en los distintos medios de comunicación social, impresos, digitales y audiovisuales existentes.
Los políticos ya no pueden escudarse en el viejo principio de que “las palabras se las lleva el viento”, pues las hemerotecas, fonotecas, bibliotecas y filmotecas son, actualmente, testimonios orales, gráficos y visuales que ponen al político frente a sus aciertos, errores, fallos e incumplimientos.
Nunca como ahora deben los políticos ‘medir sus palabras’ para que no sean utilizadas contra ellos por sus adversarios. Pero en política no basta con que hablen los políticos, es más importante que hable el pueblo. Donde el pueblo no tiene la palabra, la democracia, aunque hablen los políticos, no existe. Por otra parte, por mucho que hablen, si todos tienen la misma voz, el monólogo del poder se convierte en monopolio oficial de la palabra. La verdadera intención se da, por lo tanto, cuando el pueblo y los políticos hablan y se escuchan recíprocamente. El político debe saber escuchar y está obligado a oir la voz del pueblo para saber cuáles son sus aspiraciones y necesidades. El autismo, en política, es una grave enfermedad que supone vivir a espaldas o a ciegas de la realidad.
Decir, sin embargo, que “hablando se entiende la gente” nos parece una verdad a medias, pues resulta evidente que para entenderse hay que hablar, pero no por hablar se produce automática y necesariamente el acuerdo o entendimiento al que se aspira o se pretende.
Finalmente, hemos de decir que el auténtico culto a la palabra se demuestra cuando a la palabra dada, le sigue la palabra cumplida.