Lecciones de democracia
C. Díaz Fernández
jueves 04 de diciembre de 2014, 23:06h
No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a expresarlo”. Esta frase, generalmente atribuida al ilustrado francés François Marie Arouet (escritor, historiador, filósofo y miembro de la Academia), más conocido como Voltaire, bien podría servir para definir, de forma simple, la esencia del comportamiento democrático. Sin embargo, no parece formar parte del ideario de la izquierda más radical de nuestro país, que una vez sí y otra también, no pierde ocasión en demostrar e intentar demostrarnos a todos los españoles en distintos escenarios que la democracia no es precisamente su hábitat natural.
Llámese como se llame, singular, plural o amontonada, da lo mismo, nuestra izquierda no es capaz de librarse de sus tradicionales prejuicios y, lo que aún es peor, no parece tener ninguna intención de hacerlo. Y eso aún me parece mucho más grave.
Viene todo lo anterior a cuento del discurso que el Papa Francisco pronunció ante el Parlamento Europeo el pasado 25 de noviembre, en el que hizo un severo llamamiento a la conciencia de todos los responsables, tocando diversos temas relacionados con el respeto a la dignidad humana en un mundo falto de referencias y gobernado exclusivamente por los intereses económicos.
Aunque, en general, las palabras del Pontífice fueron acogidas con aplausos por parte de los asistentes -incluso el líder de Podemos, Pablo Iglesias, posteriormente manifestó que se había identificado con gran parte del discurso del Papa-, la nota discordante la pusieron, en este caso, los eurodiputados de Izquierda Plural, con la execrable conducta de abandonar el Hemiciclo cuando iba a comenzar el discurso, alegando que el Parlamento europeo no es escenario para sermones religiosos. También habrá que incluir en la misma cesta a la eurodiputada de Podemos Teresa Rodríguez, quien parece dispuesta a oír solo aquello que le suene bien. Además de una falta total y absoluta de respeto al personaje y a esos más de mil millones de fieles que le siguen (prácticamente una sexta parte de la población mundial), estos ignorantes e impresentables no han tenido en cuenta que Bergoglio, además de ser el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, es jefe de Estado y sólo por esta última razón tiene derecho a expresar sus opiniones en la Eurocámara, al tiempo que los eurodiputados tienen el deber de escucharlo. Otra cosa bien distinta será estar de acuerdo o no con lo que él diga; pero eso forma parte del juego democrático, que no tiene que estar reñido con los más elementales principios de la educación.
Todos sabemos que un país no es democrático por tener una Constitución que consagra los principios básicos de una democracia, sino cuando sus ciudadanos aceptan, respetan y viven de acuerdo con esos principios. En este sentido, y esto sí que lamento mucho decirlo, hay un gran número de ciudadanos de nuestro país que necesitan recibir lecciones a diario, aunque ya se sabe que no hay mayor torpe que el que no quiere aprender, y me temo que en esta generación que ahora no sólo nos ocupa, sino que también nos preocupa, hay algunos que no van a aprender nunca.