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El mirador

La delgadez extrema

A. Escalera

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Hay una frase que se le atribuye a la duquesa de Windsor: “Ninguna mujer es demasiado rica ni demasiado delgada”. Para huir del pecado, las mujeres religiosas de la época medieval del siglo XIII, al igual que en la época victoriana del XVIII, reprimían una de sus necesidades básicas: el alimento. Las primeras, como un medio para protegerse de las fuerzas del mal, de las influencias demoníacas y garantizar una cierta pureza; las segundas, como práctica de las estrictas normas morales de la época.
Las causas del siglo XX y del actual no están claras. Los desencadenantes podrían ser los modelos corporales de las tops, aristócratas y actrices; la moda con sus dimensiones corporales reducidas; los medios de comunicación con su mensaje adelgazante, asociado a la eterna juventud y a la salud; la incorporación de la mujer a la vida laboral imitando las características corporales masculinas; el afeminamiento masculino (metrosexualidad); el decaimiento de las ‘funciones biológicas’ femeninas, el horror al sobrepeso y a la obesidad, y la práctica de la danza y ciertos deportes.

Así, la búsqueda de la perfección moral ha sido sustituida por la persecución de la perfección. Actualmente, la mujer de buena cuna no responde a los bajos sentidos del gusto y el olfato, sino a los más elevados, vista y oído, los utilizados con propósitos morales y estéticos.

Aún así, nuestra sociedad continúa promoviendo, fomentando y manteniendo la delgadez extrema. Nuestras desventuras no vienen de una maldición bíblica, sino de la irremediablemente frágil condición natural y de disparates y abusos que las sociedades consienten. La primera fuente de males no admite enmienda, pero la otra ciertamente sí.
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