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Rubalcaba y el futuro de la izquierda

José Nevado

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Alfredo Pérez Rubalcaba ha anunciado que abandona la política. Deja la dirección del PSOE y el escaño. En septiembre volverá, después de décadas, a la universidad para dar clases. Así debería ocurrir con todos los políticos: tras varios años de servicio público, de nuevo a sus tareas profesionales, pero lamentablemente en pocas ocasiones ocurre de esta forma: la mayoría salen proyectados hacia los consejos de administración y las influencias.
Rubalcaba no da ese mal paso, pero su salida no se celebra por ello, sino que se le aplaude por su estatura de hombre de Estado, su brillantez como orador parlamentario y su habilidad política:el mejor táctico de la democracia. Y este reconocimiento viene sobre todo desde la misma derecha que lo colocó en el centro de su diana crítica el día que Felipe González se lo llevó a la Moncloa. Le reconocen sus méritos cuando ‘muere’ para la política, algo muy español, en un país muy dado a celebrar funerales después de feroces cacerías.

Claro que este “político para la historia” se va derrotado. Su partido ha cosechado los peores resultados electorales de los últimos 35 años estando él al frente. Su sensatez, oficio, brillantez y honradez sin mácula, así como su intensa labor renovadora dentro del ideario socialdemócrata, de nada le han servido. Los más atinados analistas que han seguido este fenómeno extremo de hundimiento culpan a la deriva neurótica que enferma a la política española, que empezó con el encanallamiento y el sectarismo del debate político para acabar con Felipe González y, con el paso de los años, termina en la apoteosis de la banalidad y el despropósito. Pero algo más manchará el aura del PSOE actual y sus dirigentes cuando buena parte de su electorado se inclina por abandonarlos. Es cierto que el Rubalcaba último no explosionó en un líder vigoroso y que su empatía con el electorado fue mínima; sin embargo, ello no explica que el mejor político haya cosechado la peor derrota. A este fenómeno es al que deberían buscar explicación los cuadros que aspiran a dirigir este partido. Me inclino por pensar que el problema real no está en el mayor o menor fuste de quienes aspiran a liderarlo, sino en la entraña misma del viejo Partido Socialista. Todo apunta a que las manos que empujan a los aspirantes principales son las propias de una armada derrotada en varias ocasiones. Ningún ejército en retirada ganó batalla alguna. Ahora los combatientes de la izquierda no están solo en las filas de los partidos tradicionales. Fuera de ellos han encontrado gran competencia. Igual el nuevo programa de la izquierda democrática en España y Europa está por salir del debate y la colaboración que establezcan entre otras fuerzas que ahora se miran con tanta desconfianza.
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