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Desde la humildad apaleada

Ricardo Crespo

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Si usted no tiene fe en la paradoja de que, del desempleo, se cree empleo y, de la pobreza, nuestro bienestar futuro, usted es un apocalíptico de los que profetizan la vuelta a los infiernos de la miseria económica en la que se vivía antes de que se formara el Estado de bienestar, ¿recuerdan? Usted no cree, por ejemplo, que una subida del 0,1 por ciento del PIB sea para lanzar cohetes y mucho menos para, desde un mar donde zozobra nuestro país, divisar la tierra firme donde crecen y se desarrollan los nuevos brotes verdes y gritar ¡Tierra!, como quien descubre las Américas.
Sepa, pues, que como usted hay muchos.
¿En que se basa este pesimismo? Pues en síntesis: que el país no produce nada; la deuda pública no podrá pagarse y el Estado se declarará en quiebra; la Seguridad Social no podrá mantenerse; no quedarán ni funcionarios ni pensionistas, sino una tropa de casposos oficinistas desmoralizados y ancianos desamparados acompañados por millones de desempleados dirigidos por una élite política de mediocridad insuperable. La imagen de este mundo ya la pintó Shakespeare en El rey Lear: los locos conduciendo a los ciegos. Una exageración. Pero una encuesta entre el vecindario de la clase media, si alguien queda, también les dará la razón. El descenso del tercermundismo es como un sudario entre el pueblo llano.

Pero tal vez usted sea de los que estén de acuerdo y crea que, si se manifiesta en protestas sectoriales o huelgas generales o se une a un grupo de activistas que se oponen a los desahucios o a la subida de las tasas judiciales o universitarias y otros atropellos, tal vez se produzca una revolución y se evite este destino manifiesto hacia la pobreza. Porque usted dirá que hay razones objetivas para que esto revierta por algún lado.

Pues no. Así difícilmente usted va a poder convencer a los apocalípticos, que son inmunes, al menos hasta ahora, a las utopías para mantenerse en sus trece. A los apocalípticos les basta con comprobar cómo viven en la miseria desde hace décadas millones de latinoamericanos y asiáticos sin que se hayan producido por esas tierras ni revoluciones, ni cambios de sistema, ni brotes verdes, ni luces al final del túnel, ni otras metáforas y paradojas con las que por ahí aún intentan embarcarnos. Hay quienes afirman agoreros que nos aguantaremos con lo que nos den: trabajos precarios, pensiones de caridad, salarios de vergüenza o servicios sociales de urgencia. La única salida digna que nos queda será la emigración, como les ocurrió a muchos de nuestros antepasados. No sé si estos señores llegarán a ser profetas en su tierra porque la verdad es que llegan con bastante retraso a la realidad.

Entonces ¿qué?, se preguntarán. Pues yo, desde la humildad apaleada, recomiendo que creamos en esa fe que anunció en su día el señor Rajoy, cuando nos aseguró al tomar el poder, con su lenguaje trincha-sintaxis, que “España superará esta crisis, como ha superado otras. Como superará las que vengan después”. Y sobre todo tratar de sobrevivir, porque el mundo no se acaba en cuatro años...
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