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Las bicicletas son para...

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Tentado he estado, pero aún estoy lo suficientemente cuerdo, para no titular este artículo “Las bicicletas son para el verano” (España, 1984), la magnífica película de Jaime Chávarri. Y sin embargo el título, a la vez de evocador, es muy exacto.
Las bicicletas son el sosiego, el bienestar, la paz, también a veces son el esfuerzo. Son el verano, da igual la estación en la que uno esté. No conozco ni un solo cicloturista o ciclista urbano (la competición es otra historia) que haya dicho que jamás volverá a montar en bicicleta. Quien la pruebe a los cuatro años, si puede, no la abandonará hasta que las fuerzas le respondan y pedaleando le responderán más tiempo que al resto.

Por otro lado, en España, que tiene millones de practicantes, existe una lucha silenciosa contra la ‘bicifobia’. Las bondades de la bicicleta en principio parecen aplastantes. Como dice el eslogan, no contamina ni consume gasolina. Es decir, es un sano y barato medio de transporte y hace el ocio más agradable. No hace ruido y para los peatones es mucho menos peligrosa que cualquier vehículo a motor ¿Entonces a que viene a veces tanta hostilidad?
La bicicleta obliga a compartir el espacio, y por tanto exige un ejercicio de convivencia, algo que en España se lleva muy mal, puesto que nuestra educación cívica, salvo cuando se activa por grandes catástrofes, suele ser poca. Además, a veces las autoridades públicas colocan la bicicleta restando espacio al peatón, lo que crea la hostilidad de muchas personas, cuando el espacio que debe conquistarse es el del tráfico a motor.

España llegó al automóvil tarde. En nuestra conciencia atávica (si tal cosa existe) la bicicleta es un vehículo de pobres o un artefacto para el recreo de los niños en verano. El coche es aún un símbolo social (cuando un coche de alta gama está a disposición casi de cualquiera dispuesto a endeudarse). En la época del boom inmobiliario, parte de la hipoteca iba, en muchos casos, destinada a la compra del añorado cochazo, que por alguna razón que se me escapa era invariablemente un Audi. En resumen: todavía como nuevos ricos, el coche es un símbolo de estatus que hay que exhibir a toda costa y la bicicleta de niños, pobres y ecologistas. En un reciente artículo de Muñoz Molina, después de nombrar una buena retahíla de autores que cantaron las excelencias de las bicicletas y de recordarnos (una vez más) que vive entre Madrid y Nueva York, acaba pidiendo más dureza en la leyes penales, además de criticar injustamente a un juez por aplicar la ley. Los que son ajenos al derecho acaban proponiendo para cualquier problema el endurecimiento de las penas (ya de por sí durísimas), de igual forma que los que no sabemos nada de medicina resolveríamos las enfermedades con mayores dosis de antibióticos. Tanta literatura para tan pobre conclusión.

El creciente uso de la bicicleta hará de nuestras ciudades lugares más amables y saludables: mejores para vivir. La paradoja está en que las bicicletas ‘a la europea’ necesitan lugares amables y cívicos para implantarse. De modo que a los que pedalean ahora en el territorio hostil de nuestras ciudades, como la gente de la ‘masa crítica’, son en realidad pioneros a los que en su momento de les deberá reconocimiento.
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