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La política como profesión

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
No conozco a Susana Díaz, la mujer llamada a suceder a José Antonio Griñán en la presidencia del PSOE de Andalucía, si todo sale como ella y la dirección de su partido han previsto. Sé de ella únicamente lo que ha contado la prensa: su condición de mujer que ha hecho toda su carrera en el partido socialista andaluz.
Tiene sin duda simpatía, un verbo fácil y utiliza en sus discursos los latiguillos a los que nos tienen acostumbrados los políticos como el de “inaugurar un nuevo tiempo” o “poner en valor” esto o aquello. Creo, sin embargo, que uno de los problemas de la política actual a todos los niveles es su tendencia inexorable al solipsismo. Los partidos son cada vez más como esas ‘mónadas leibnizianas’ sin ventanas, ni puertas abiertas a la realidad.

Nunca estará de más insistir en la urgencia de que se ponga fin cuanto antes a la práctica de las listas cerradas, elaboradas siempre por el correspondiente sanedrín, y resultado inevitable de intrigas y componendas entre las distintas familias o eso que ahora llaman ‘sensibilidades’ del partido.

Hace falta que los partidos se aireen, se ventilen, abran las puertas y ventanas de sus despachos a la luz cegadora de la calle. ¿Cuándo renunciarán nuestros políticos a sus coches oficiales con chófer incluido y cogerán la motocicleta o la bicicleta para así poder sentir en la cara el viento de la ciudadanía? ¿Cuándo viajarán al trabajo en autobús o en metro y tomarán sus cañas o sus gin-tonics, si esto es lo que les apetece, en el bar de la esquina? ¿Cuándo podrán, además, hacerlo como algo normal sin que se caiga en la tentación de acusarlos de demagogia?
No conozco personalmente, insisto, a Susana Díaz, y no puedo juzgar por tanto sobre sus dotes humanas, o su capacidad política. Pero tiendo a desconfiar en principio de alguien cuya experiencia profesional se circunscribe casi exclusivamente al partido en el que milita.

Existe un mundo muy vacío y rico más allá de la política, el mundo de la universalidad, de la ciencia, de la cultura o de la empresa, y para entenderlo en su complejidad debe el político tener de él una experiencia de primera mano. Sus vivencias no pueden limitarse a la elaboración de un programa de partido o a las maniobras internas para colocar a este o aquél en una lista electoral. Porque sabemos de sobra que los partidos políticos, todos ellos premian por encima de todo la docilidad, la fidelidad al liderazgo, y no a la imaginación y la crítica abierta, que a fin de cuentas es lo único que podría renovarlos. Se habla mucho de dignificar la política, tan en descrédito últimamente por los interminables escándalos de corrupción que, unidos a la lentitud con la que opera la justicia, ocupan un día sí y otro también, los titulares de nuestros medios de comunicación.

Un paso muy importante sería acabar con la política como profesión de por vida, que hace que muchos se acomoden y se resignen a quedarse años, aunque sea en la oposición, porque no sabrían, y eso sí que es preocupante, hacer otra cosa y, también, porque tienen en cualquier caso unos ingresos garantizados. Creo que es hora de que empiecen a cambiar las cosas.
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