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Pecados en las Primeras Comuniones

Por Antonio Aradillas
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Y antes de nada, una anécdota que es -y que será aún más de aquí en adelante- significativa de situaciones sociales y religiosas, indigentes de fe y de sentido común, por supuesto en flagrante perjuicio para la educación de los hijos: a un niño, hijo de padres divorciados, se le obligó a ser protagonista de la decisión de sus progenitores de celebrar la comida en el mismo restaurante, pero en distintos salones. En uno habrían de estar los familiares y amigos de sus correspondientes ‘partidarios’, y en el otro, los de la parte ‘contraria’.
Establecido que el niño habría de participar, por igual, en una y otra comida y recibir los regalos, a los asistentes les llegó cariñosamente a preocupar que el estómago infantil fuera capaz de digerir el contenido de los platos que, por supuesto, los dos ex contrayentes se habían esmerado en superarse entre sí. Este es hecho del que hoy doy fe, antes y después de lamentar que ni el sentido común, ni la educación religiosa que madre y padre hubieran recibido y les instaran a educar a su hijo en los principios cristianos de la común unión, hubieran sido suficientes como para haberles ahorrado al niño y a los asistentes, espectáculos tan anti-religiosos y anti-sociales.

Y ahora, unas reflexiones en el entorno de las Primeras Comuniones que podrían ser de utilidad para ‘propios y extraños’: convertir una ceremonia en principio religiosa, en una fiesta social o familiar en la que cuanto significa la Eucaristía es y se presenta como excusa o pretexto, es un soberano dístale. De ahí a que las ‘Primeras Comuniones por lo Civil’ definidas por las fiestas y regalos, hay tan solo un paso, como está ya pasando con otras festividades que se descristianizaron, cambiándose o no, de nombre.

Los gastos de las Primeras Comuniones -trajes, vestidos, obsequios, comidas y otros donativos-, sobrepasan con largueza cualquier presupuesto, lo que no es sensato ni cristiano. En tiempos tan inclementes de crisis económicas y de fe religiosa, la secuencia a la que se someten las Primeras Comuniones, suponen una aberración o un descarrío. Niños y niñas, familiares y amigos identifican la religión y su expresión eucarística con las fiestas y los regalos que circundan el rito. Favorecer la celebración de la Primera Comunión con el presentimiento-convicción de que a la vez, y generalmente, será la última Comunión, no solo es un pecado, sino una fruslería.

Pese al carácter eminentemente ‘social’ que define y decide la mayoría de las Primera Comuniones, pecan los sacerdotes y los representantes de la jerarquía eclesiástica que prohíben acompañar a sus hijos en la recepción de la Eucaristía, por el hecho de estar divorciados, declarándoles “pecadores públicos” y fuera de la Iglesia. No siempre el testimonio de catequistas y educadores en los colegios religiosos es ciertamente cristiano cuando consienten y estimulan actos de Primera Comunión carentes de devoción y creencias. Pecan los familiares, quienes por encima de todo, o de casi todo, pretenden superar en fastuosidad, opulencia y lujos, sin recusar farándulas y ‘varietés’ infantiles
Estas y otras consideraciones podrán ser de utilidad religiosa y social para conseguir que las Primeras Comuniones resulten educadoras. En la fe y en la sensatez familiar y social.
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