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¡Váyase, señor Cardenal!

Por Antonio Aradillas
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Si tal imprecación antes hubiera haber sido interpretada por algunos como una irreverencia, después de la ejemplarizante renuncia de Benedicto XVI a la Santa Sede, la frase alcanza categoría de jaculatoria. El gesto del Papa ni fue, ni es, ni será puramente simbólico. Será de aquí en adelante norma, paradigma y padrón. De todas formas, y como enseñar al que no sabe sigue siendo “obra de misericordia”, a algunos de nuestros lectores les podrá resultar provechoso el dato siguiente: con Depósito Legal 9857/75, publiqué el año 1975 un libro titulado ‘Iglesia 2001’, cuyas páginas 218 y ss. están dedicadas al tema, con el título de ‘La Renuncia del Papa’, con inclusión de una foto de Pablo VI pontificalmente porteado en la “silla gestatoria”.
  • Despejando la súplica de “¡Váyase señor Cardenal!” de cualquier remembranza política hoy en uso, -poco menos que con el ínclito deseo de que uno se vaya para que otros ocupen el lugar-, es ocioso destacar que tan solo el bien de la Iglesia es justificación suprema de la petición de que se jubile cuanto antes el cardenal de Madrid.
  • Es así mismo ocioso referir que, si somos algunos -pocos- los que decidimos hacer pública tal depreciación, son muchos más los que no la hacen, ni por ahora lo harán, por razones, unas comprensibles, y otras no tanto. El miedo y el jerarquismo mal digerido y sacramentalizado, son excusas respetables para que el silencio sea guardián imperturbable e intransigente para seguir manteniendo la legitimidad de sus comportamientos. Vivir en los actuales tiempos de inclementes mudanzas es poco o nada rentable.
  • Con honestidad, a grito limpio, y con implorantes letanías, la Iglesia demanda reforma, de modo similar, por su gravedad, a como en los tiempos de Lutero. Quienes de alguna manera son sus protagonistas activos, han de ser los primeros que, con humildad y sentido penitencial, dejen paso a otros, a los que, a veces con la mejor de las intenciones, anatemizaron y condenaron, y hasta expulsaron de la común unión eclesial, con las lágrimas y los dolores que ello comportaba y comporta.
  • La influencia que en la Iglesia española ejerce el cardenal de Madrid -presidente de la Conferencia Episcopal, es incuestionable. Lo es hasta el punto de que la Iglesia es, se manifiesta y se hace presente en España, en conformidad con la concepción y la imagen que de ella encarna el cardenal por sí o por los incondicionales a su servicio o al de sus ideas. Cuando uno y otras se sacralizan, su anquilosamiento está asegurado de manera infalible.
  • Sí, “Váyase señor Cardenal”. Cumplió usted con creces los 75 años establecidos canónicamente para la jubilación como obispo, y su renuncia sería un acto ejemplar de servicio a la Iglesia, tal y como recientemente aconteció en el caso de Benedicto XVI. No hay motivo alguno eclesial insalvable para que el cardenal de Madrid tenga que seguir ejerciendo como obispo de una de las diócesis más importantes de las Iglesia Católica. La existencia de posibles motivos no conocidos es impensable.
  • La jubilación -‘júbilo o jubileo’- es camino de apostolado y de felicidad. Es oración. Es contemplación. Es ascética y mística. Y además es historia. Es visión de la misma desde santas lejanías. Es revisión y examen de conciencia. Es hora y tiempo impartir consejos a quienes tengan necesidad de los mismos y así los demanden. Es tiempo de pedir perdón y de ofrecer disculpas. La jubilación es preparación para franquear orillas del acabamiento y de eternidades. Retirados en conventos, casas de oración o en el propio domicilio, los obispos lo serán más y mejor.
  • Por amor de Dios, y sin restringir libertades de ninguna clase, que a nadie se le ocurra pensar que sea otro el sentimiento de quien esto suscribe, y de cuantos quisieran suscribirlo, que el servicio a la Iglesia. Con sus decisión en la historia eclesiástica, Benedicto XVI es, y seguirá siendo, tanto o más Papa que otros.
  • Prepare su valija, señor cardenal, y váyase, a ser posible, acompañado de los capitostes de algunas congregaciones religiosas -“católicas, apostólicas y romanas”-, que están mancillando y desorientando a la Iglesia de Cristo. El camino pudiera recorrerlo en compañía de quien tautológicamente debiera haber sido “Camino”.
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