La regeneración y la moral colectiva
Javier Macías
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Por qué los españoles seguimos fingiendo sorpresa cuando se habla de dinero negro?. Nada más lógico que un partido con Caja ‘B’ en un país, como el nuestro, abonado a la economía sumergida, entre un 19 y un 21 por ciento, según algunas fuentes. Escaquear el IVA se ha convertido en deporte nacional, muy por delante del fútbol y lo que la factura no ve, no lo declaran los demás impuestos. Luego ocurre que lo que se cobra en negro se debe gastar en negro, si se quieren cuadras las cuentas, porque en otro caso, algún inspector de Hacienda podría mosquearse. ¿De dónde saca ‘pa’ tanto como destaca?, se preguntaría con música de zarzuela.
El circuito debe estar compensado. Es menester equilibrar las entradas y salidas y las circulaciones subterráneas de numerario han de evitar el intercambio de fluidos con el tráfico visible, para no contaminarse mutuamente. Si el país entero, como decíamos, juega este juego, sería milagroso que la política estuviera al margen. ¿Donativos secretos? ¿Sobresueldos discretos?
Mantener una Caja ‘B’ con una contabilidad ‘B’ es la forma más racional y comprensible de hacer trampa que las ensayadas en otros planteamientos, como la de crear empresas fantasma para camuflar donativos como pagos por servicios inexistentes. Este tipo de montaje deja una huella muy visible y rastreable.
Otra manera fea de hacer las cosas es cubrir de regalos y dádivas a quienes toman las decisiones que nos interesan. Ahí tienen a los amigos del alma, financiadores de la ‘BBC’, es decir de “Bodas, Bautizos y Comuniones”. También eso deja una traza de beneficio perseguible de oficio. Y sin embargo, no se aleja mucho de las prácticas habituales de la economía privada. ¿Acaso los compradores no son agasajados por los proveedores? ¿No hay viajes a islas paradisíacas, todo pagado, para asistir a la presentación de una nueva gama de productos? Pues eso.
Podría objetarse que en ningún caso debe admitirse la práctica de la economía sumergida en aquellos que luchan por erradicarla. Sería una objeción muy sólida, incluso imbatible, si la premisa fuera correcta, pero cuesta aceptar que lo sea. Cuesta creer que se está luchando realmente contra esa lacra que distorsiona la eficacia del mercado, hunde las capacidades del estado social y condena a los asalariados medios a cargar con lo suyo y lo de los demás.
Si tal lucha existiera, su ineficacia produciría aún mayor escándalo que su mera ausencia. Pero en la medida en que ha sido aceptado, no debe extrañarnos que el fenómeno se replique en el interior de un partido político. O, dicho de otra forma: la regeneración más necesaria es la que atañe a la moral colectiva. Al lazarillo no hay que reírle ni una gracia más.