www.elfarodelguadarrama.com

La mediocridad de nuestros políticos

Alfredo Conde.- Escritor. Premio Nadal y Nacional de Literatura

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Qué tendrá que suceder para que el ejercicio de responsabilidades políticas en nuestro país genere prestigio a quien las ostente en cada oportunidad? En los comienzos de esta partitocracia que padecemos, accedían a los cargos políticos una mezcla de personas de mayor o menor relevancia pública, pero de trayectoria cuando no conocida si importante o significativa en esta o en aquella área del saber, de la empresa o de la cultura; a continuación de ellas, en las listas electorales, empezaban a asomar la oreja los distintos fontaneros de cada partido y los más significados del aparato.

Poco a poco, las personas que podríamos denominar de prestigio iban perdiendo este en aras del colectivo en el que figuraban inscritas de forma que acababan desapareciendo o instalándose en el organigrama partidario de acogida. Aún no hace mucho que sucedía así. Cada lector recordará experiencias de este tipo a izquierda y derecha del arco parlamentario, así que pueden ir ustedes poniéndoles nombres para poder comprobar la exactitud de lo que se comenta.

Es cierto que los propios aparatos también han generado personas de valía que han sido elevadas al gobierno del Estado, en su versión central o autonómica, pero no es mentira que también han sido elevadas a tal condición personas absolutamente incapacitadas para llevar a cabo con una eficacia mínima las labores propias de su cargo. Pero, en todo caso, el ejercicio político sólo ha significado continuidad en dos circunstancias: en la de una incapacidad total para el ejercicio o en el de excesiva actividad y valía de aquellos que se atreviesen a ‘hacer cosas’. Se ha premiado la mediocridad de manera que aquel que generó problemas del orden que fuese, o aquel que se atrevió a resolverlos, han sido devueltos a toriles por una manada de cabestros de forma que los que más han sobrevivido han sido los que silenciaban los problemas y, lejos de resolverlos los metían debajo de la alfombra.

De debajo de esa alfombra surgen los más de los problemas actuales. Cada vez que un partido pasa a la oposición levanta una esquina del felpudo y judicializa a alguien presentándolo como imputado en cualquier asunto que pueda ser agitado en la prensa convenientemente. Se trata de algo así como la purga de Benito, conocido brebaje que no cura nada pero oculta los síntomas alarmantes y la falta de imaginación e iniciativa política. ¿Cómo se va a derivar prestigio para quien se vea sometido a este proceder al que nos hemos ido acostumbrando poco a poco? Cada vez que la oposición accede al gobierno padece los mismos ataques que ella realizó, basados en idénticos argumentos. La política se ha convertido en un ejercicio cara al público que desprestigia, sí, pero lo que es peor: aburre y desencanta. Sólo los militantes más mediocres parecen disfrutar con él. Y mantenerse ‘per omnia seculum seculorum’.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios