El automovilista, especie a extinguir
José Magín González
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Los sufridos automovilistas están siendo perseguidos como víctimas propiciatorias por recaudadores estatales, municipales y financieros. Reciben toda clase de facilidades para adquirir un vehículo, animándoles a colaborar así en la salvación de fabricantes y concesionarios, evitando con ello una nueva ruina nacional, como ya ocurriera con las empresas inmobiliarias. De igual modo, y sin el más mínimo recato, autorizan campañas de promoción y publicidad en las que aparece como gran atractivo la velocidad de más de 200 kilómetros por hora que alcanza el nuevo vehículo. Cuando es bien sabido que está prohibido y bien multado y perseguido el circular a más de 90 o de 120, según qué carreteras. El engaño o la finalidad recaudatoria es manifiesta. Si los coches salieran de fábrica con velocidad limitada se evitarían accidentes y sobre todo multas. Quizás por eso, aunque todos lo piensen nadie lo ordena.
Los ayuntamientos cobran un impuesto de circulación antes incluso de que lo estrenes y que descubras la cantidad de impedimentos que te encontrarás en las calles. Zonas peatonales, cortes de tráfico por obras, embotellamientos, atosigantes carriles para bicicletas o para autobuses y pronto, según dicen, para tranvías. Y por si fuera poco proliferan últimamente las bandas sonoras con pronunciados resaltes, en algunos casos de altura muy superior a la autorizada por la ley, pero que nadie corrige, con lo que se funden luces, se dañan las suspensiones del vehículo, lo que puede provocar un accidente, y de la misma manera se resienten las cervicales de los ocupantes, lo que suma otros dos impuestos más: la visita al mecánico y al médico. Pero no sólo te cobran por circular sino también por aparcar. En toda calle o plaza de obligado tránsito te obligan por mandato municipal al correspondiente pago de aparcamiento. La llamada zona azul te sorprende por todas partes. Y pobre del que por una urgencia se pase de la raya o de la hora. Guardias, grúas y multas le caerán al instante. Algo realmente sorprendente porque cuando necesitas un guardia para solventar cualquier otro incidente no es fácil localizarlo. Por no hablar de la moda de los radares ocultos tanto en carreteras como en ciudades. El conductor es vigilado y perseguido como un vulgar delincuente. Viajar en coche resulta ya tan arriesgado y tan caro como hacerlo en patera.
No es menor la desventura del capítulo de la gasolina. Este sí que es un impuestazo. Se basta él solo para desanimar a cualquiera a comprar un coche. Amparándose en la socorrida subida del precio del barril del petróleo, el Gobiemo anuncia periódicamente subidas de precio. Pero curiosamente, cuando pasado un tiempo se anuncia la bajada del mismo barril se olvidan de bajar la gasolina. Y ya ni les cuento de los seguros obligatorios que nunca llegan a cubrir el daño sufrido, o de los talleres de reparación de cuyas facturas líbrenos Dios. Baste decir que cada vez son más los talleres donde hay coches ya reparados que llevan meses esperando a que sus dueños pasen a recogerlos. Porque cuesta más la factura que el coche.
Mucho nos tememos que como ocurriera con las empresas constructoras llegue el día en que tengamos que decir lo mismo de la industria automovilística, o sea que entre todos la mataron y ella sola se murió.