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Tribuna

La pobreza y el desamor

Víctor Corcoba Herrero

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La pobreza y el desamor
La lucha contra la pobreza va más allá de las meras migajas. El problema se debe afrontar con políticas sensibles hacia todos los sectores y en especial para los que menos tienen, acrecentándoles los apoyos. Es la única manera de que no existan polígonos de marginalidad como hoy existen en los extrarradios de todas las ciudades.
Por eso es de justicia que tengamos cada día una presencia más activa en muchas de las crisis humanitarias que existen en el mundo. Frente a esos poderosos mercados abiertos globalizados, es necesario proporcionar sistemas capaces de armonizar lo económico con el desarrollo social, sobre todo, capacitando a las personas que viven de la pobreza para que puedan avanzar y que nadie pierda el tren. Las personas que viven en la indigencia, o en el endeudamiento total, se merecen igual dignidad que los pudientes. Por desgracia, a veces, se les niega hasta la escucha. Todo lo contrario a lo que se pregona. El mundo se vuelve oscuro, sucio a los ojos de la razón y el saber se torna interesado.

La brecha entre ricos y pobres, lejos de cerrarse se abre todavía más. Una buena parte de la población mundial consume a lo loco, sin importarles nada ni nadie. Los especuladores se hacen reyes y los pobres vasallos como en los mejores tiempos de la esclavitud. Por volver los ojos a los muros de la patria mía, el crecimiento económico generado en los últimos años tampoco ha contribuido a que tengamos garantía plena de derechos ni a mejorar los principios rectores de la política social y económica, en el sentido de mejor protección a la salud, a la familia y a la infancia, a la redistribución de la renta y del pleno empleo, al medio ambiente y a la calidad de vida, al derecho a la vivienda y a la utilización del suelo, etc. Más bien al contrario, se han alejado los extremos (la clase alta de la baja) y la injusticia ha tomado posiciones tan reales como la vida misma.

Los desniveles alcanzan cotas escandalosas. Parece como si las condiciones favorables para el progreso social y económico estuviesen más al lado de las gentes de mayor poder adquisitivo. Analicemos este dato efectivo: el endeudamiento de las familias españolas no ha dejado de crecer. La relación entre familia y pobreza nos hace distintos. Por eso, es fundamental que la institución de la familia reciba protección y apoyos plenos. Lo que hoy no recibe. O no llega. Hay que poner de moda la agenda de la solidaridad continua, constante y perenne.

Lo peculiar del momento actual no son la inseguridad y la crueldad, sino el desasosiego y la pobreza. Resulta que la criminalidad baja menos de lo esperado. Atajar los delitos que, a diario, se producen en las ciudades hoy, es casi un imposible. Estoy convencido de que si utilizamos más la coherencia en las diferentes políticas de nuestros gobiernos estatal, autonómico, local e institucional para que todas ellas contribuyeran a la erradicación de la pobreza, priorizando asistencia y prestaciones vitales, se producirían menos hechos delictivos. La exclusión tan descarada como actualmente existe, suele generar este tipo de ambientes convulsos. Cuando las garantías económicas, sociales y culturales de la familia están cubiertas, en condiciones de igualdad, con un trabajo digno, renta suficiente, salud y educación; toda la sociedad, en su conjunto, se vuelve pacífica y pacificadora.

Seguramente, en la actualidad también coexista otra pobreza que no lo es, que no viene tanto por la falta de medios para el sustento como por la multiplicación de los deseos. La historia nos recuerda que los grandes corazones tienen voluntades y que los débiles tan solo deseos. Convendría tomar razón.
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