La peor noticia

En realidad es el primer pensamiento que me viene a la cabeza siempre que me toca currar en festivo, aunque la experiencia me tiene demostrado que trabajar en estos días de asueto viene a ser algo así como ir al dentista: que es mucho peor pensarlo que pasarlo.

Regodeándome en mi desgracia estaba cuando, medio adormilada aún, me pareció escuchar que empresarios vascos habían recibido carta de ETA enviadas presumiblemente después del anuncio del alto el fuego, en las que la banda terrorista les exigía una contribución económica, bien para el proceso de paz bien para abordar los gastos generados por el funcionamiento de la organización,
Eso creí oir, aunque no iba a ser la primera vez en que la mezcla de esos momentos en los que el sueño aún no ha permitido recuperar la plena consciencia con los informativos o las tertulias que escupe la radio produce en mi un cóctel explosivo hasta el punto de que, en ocasiones, he sido la protagonista de la noticia o la periodista que le ponía el micrófono a Ángel Acebes hasta que en un arrebato incontrolable le daba con él en los hocicos.

Despejada y comprobado que la mala nueva tenía más de realidad que de ficción mi mal rollo laboral pasó a un segundo plano y su lugar lo ocupó una profunda añoranza de la felicidad que sentí el día que la banda terrorista anunció el inicio de la tregua. ¿Por qué no habrá alegrías sin fecha de caducidad?.

Pero fue en la sobremesa cuando el día se nubló. Una mujer de 44 años acababa de morir asesinada por su marido a martillazos. Sé que ese día hubo otras muchas malas noticias, pero ésta para mí fue la peor.