Tomaremos Manhattan
A. Navarro
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Esto tiene que estallar, comentaba hace unos días un amigo vía Facebook. Lo hacía después de que el Gobierno de Mariano Rajoy aprobase una subida de impuestos y dejase caer que no acabarán aquí los recortes.
Y el estallido, respondían otros, debe estar a la vuelta de la esquina, recuperando las calles como ocurrió el 15-M. Un movimiento ilusionante pero también cautivo de sus propias contradicciones. ¿Es más legítimo lo que voten 10 millones de personas o lo que decidan unos cuantos en una asamblea popular? ¿Hasta qué punto puede ser vinculante el resultado de una consulta ciudadana convocada al margen de los cauces electorales establecidos? El 15-M se articuló, también en la Sierra, a través de distintos colectivos, aquí con notable presencia del movimiento ecologista, para acabar escorándose a la izquierda (el caso más significativo es el de Alpedrete), renunciando así a la posibilidad de llegar a un segmento más amplio de la población que puede compartir sus preocupaciones, inquietudes e incluso buena parte de las soluciones, pero que entiende que la presencia de determinados partidos o sindicatos contamina sus intenciones.
La capitalización del 15-M por parte de algunos de sus actores -y no precisamente sus primeros protagonistas- es un hecho que debe llamar a la reflexión de este movimiento. No vale sólo con pancartas, huertos urbanos, asambleas, eslóganes más o menos imaginativos, okupaciones, cánticos, mercadillos y acampadas. El 15-M, si de verdad tiene vocación de permanencia, debe actuar de forma operativa e independiente, y además sin caer en la demagogia, intentando, como cantaba Leonard Cohen en First we take Manhattan, cambiar el sistema desde dentro como verdadera alternativa al hastío en el que vivimos instalados desde hace años.