Tribuna
El virus de la corrupción
Víctor Corcoba Herrero
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La cuestión es que el clima de acusaciones se acrecienta. Uno ya no sabe si es un signo de los tiempos, como esa mosca cojonera que nos perturba el sueño, o un desvelo por esclarecer. Lo primero sería una falta de educación. Lo segundo, una buena razón para intervenir. Ténganse en cuenta que la misma democracia bien entendida no es dar la callada por respuesta, sino participar y resolver los problemas con claridad.
Siempre se han dado recetas para alcanzar el renombre de la cortesía, aquello de que lo cortés no quita lo valiente, tiene cada día menos seguidores, como también hay menos discípulos que fomenten ideas luminosas, sencillas, expresadas con ingenio y autenticidad.
Dicho lo anterior, diré que no me gusta nada que los poderes (llámense políticos, judiciales, económicos...) interfieran en la libertad de expresión. En principio, considero que todo el mundo tiene derecho a dejar oír su voz, incluso aquella que no queremos escuchar. El papel de los medios de comunicación no es nada fácil. Seamos sinceros, a nadie le gusta que le canten o le cuenten la verdad de sus andanzas o hechos. Se me hace difícil poner en tela de juicio a los profesionales que, durante años, se han cultivado en las Facultades de Ciencias de la Información, precisamente para eso, para llevar a buen término la noble misión de servir a la sociedad, con la actitud de ser incorruptibles ante la realidad.
Es más, creo que hoy en día los medios están contribuyendo a reforzar la justicia, poniendo al descubierto políticas corruptas, denunciando desigualdades. Lo que tiene su peso en oro para que la democracia no se muera de un infarto, o de un susto, ante tantas inseguridades que el poblador soporta. Si así fuere, también fallaría el sistema y habría que eliminar la conciencia de ética. Comunicar la veracidad de un mundo cuajado de mentiras demanda valor y decisión. Menos mal que la verdad tiene ese don resplandeciente que suele poner las cosas en su sitio. Igual sucede en otros corpus, pongamos por caso el judicial, tan presente en los medios de comunicación, a mi juicio en demasíe porque la ética debe ser también ese horizonte continuo a conquistar.
A veces, me da la sensación, que el virus de la corrupción se ha enquistado en nuestra democracia de manera alarmante, poniendo los tejidos de algunas instituciones en cuarentena. Debemos ir más allá de la mera publicación de los códigos éticos (periodísticos, judiciales, políticos...); ha de exigirse, sin contemplación alguna, su cumplimiento. Caiga quien caiga. De lo contrario, corremos el riesgo de que la opinión ciudadana sea tan negativa que acabe por no creer ni en el Estado de derecho ni en sus valores propugnados.
En consecuencia, subrayo, que nunca hay que tener miedo a llegar al fondo de la verdad, aunque sea amarga para algún tipo de poder o levante tormentas. Buscar la evidencia no admite crítica alguna. Al final, ya digo, mana por si misma. Y es peor descubrirla en caliente. Para ello, por ir al caso concreto de un juez que se queja de un medio que perturba la acción judicial, hace falta que el propio periodista o el propio juez, lleguen al punto coincidente de la independencia. Algo de lo que yo no desconfío, como tampoco de su buena voluntad. Entonces, ¿qué es lo que falla para que se produzcan estos dimes y diretes en personas tan poderosas y cultivadas? Quizás, todo se resolvería con más tacto, si dejásemos actuar los aires de la libertad, la major manera de esclarecer ¿Por qué no escuchar a los agitadores, aunque nos perturben? Por simple caballerosidad. Además, pienso, que siempre resulta menos diabólico agitarse en la duda que descansar en la confusión.