El mirador
Blindajes y envidias
R.Díaz
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Queremos blindar los mares para evitar la entrada de toda esa caterva de ateridos inmigrantes que encallan sus cayucos y pateras en nuestro litoral. También hemos empezado a blindar los ríos, algo bastante complicado si tenemos en cuenta que cada río tiene nacimiento, curso medio y desembocadura, y va de región en región, y se pasa por sus meandros toda suerte de articulados, disposiciones legislativas y otros ceremoniales que se inventan en la política para hacer creer que el agua es más nuestra de que lo que en realidad es.
El Ebro nace en Fontibre y el Tajo en los Montes Universales, curioso nombre para tanta cicatería. Y desde sus primeras fuentes van hacia abajo, buscando ese mar por el que llegan los inmigrantes, sin preguntar quién hizo los puentes que los cruzan, las presas que los frenan y los peajes que se pagan para chupar de sus apetecibles caudales. Las fuentes y los ríos nacen libres, como los hombres, y nosotros los vamos acongojando y encorsetando, blindando para evitar que el vecino se ponga a beber su agua por si le gusta. A este paso a lo mejor blindamos los montes, los valles, las carreteras, las vías férreas y las alcantarillas, en lo que más parece una sórdida pelea que la elaboración de leyes que velen por los derechos de la ciudadanía, entre ellos el del agua. Un ejemplo de ello lo tenemos en la actitud tomada por un vecino de la aldea donde yo me crié, quien quiso hacer un abrevadero levantando una sólida muralla para que sólo bebieran sus vacas. Por cada ladrillo que colocaba sembraba un grano de odio entre sus vecinos, hasta el punto de generarse un conflicto que acabó a palos. El vecino recibió tal tunda que ingresó en el hospital con varias lesiones. Los agresores fueron llevados al cuartelillo, pero el problema sigue ahí, anquilosado, tan enredado que aun con el paso de los años no han conseguido solucionarlo. Y esto acontece en un país envidioso y egoísta que cualquier día amanecerá con el espinazo quebrado de tanto mirarse al ombligo.