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Comparaciones absurdas

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Aestas alturas de la película, uno duda si es preferible pertenecer a un país oficialmente pobre o a éste que ni siquiera sabemos si lo somos o no. Vivir por encima de las posibilidades es uno de los engaños más crueles que puede planteársele al ser humano.
Usted nace, por ejemplo, en Burkina Faso y sabe que su media de vida está en los 47 años. Bueno, y qué. No se sabe si viviendo otros 47, como pasa aquí, va a significar una prolongación de la agonía que mejor no vivirla. He mirado la foto del presidente de ese país, Blaise Compaoré, y no está subido a una palmera; su traje, su camisa y su corbata, grosso modo, no bajan de los 2.000 euros. Es lo bueno que tiene saberse pobre: admitir que unos cuantos viven de puta madre y se encargan los trajes en Londres. En nuestro país eso está al alcance de una multitud que es precisamente la que desnivela los presupuestos. En Burkina Faso no se nace con un pan debajo del brazo, sino con un pico y una pala y una consigna: “Dios le ampare, hermano”. Por no tener no tienen ni sindicalistas viviendo a cuerpo de rey gracias a los afiliados que no tienen. Aquí no es que los concejales vayan a Londres a comprarse ropa, muchos lo hacen en el mercadillo y hasta se les nota. Ignoro cómo visten los ediles de Burkina Faso; quizás el atuendo diferenciador sólo estribe en que se lavan una vez más al mes que sus congéneres. En fin, la cuestión no es otra que la comparación entre los que no tienen que ocultar su pobreza y los que han de disimularla a toda costa, lo cual no quita que crezcan los pobres y los comedores de caridad se vean alarmantemente concurridos. ¿Será por comparar?
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