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La imagen de los políticos

A. Ferrer

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Vivimos en una época en la que la política y los políticos, no pasan por sus mejores momentos en el aprecio de los ciudadanos. El asunto no es baladí, especialmente en unos tiempos de crisis socioeconómica. Las diversas administraciones, los que gobiernan y los que ejercen de oposición, no tienen ninguna varita mágica que elimine todos los males. Pero sí tienen, o deberían tener, un papel básico en diseñar, proponer y ejecutar políticas orientadas a reactivar nuestra actividad económica y afrontar los graves problemas de índole social (paro, precariedad...).
Ello implica una cierta capacidad de liderazgo en el gobierno (también en la oposición) buscando complicidades y consensos con la sociedad civil (desde los ciudadanos a las organizaciones que representan sus intereses), con los actores económicos y sociales, y con los demás partidos políticos incluidos los de la oposición. Se puede pensar que lo dicho son buenas palabras que no coinciden con la realidad. ¿Por qué? En primer lugar, se ha creado una imagen de que todos los políticos, por el hecho de serlo, son corruptos reales o potenciales. Aunque las noticias relacionadas con la corrupción ocupen las portadas de los medios, no es cierto que todos los políticos, ni tan siquiera la mayoría, sean corruptos. Los más interesados en transmitir esa imagen son los corruptos reales.

En segundo lugar, existe una percepción de que a los gobernantes y a los opositores les interesa más el mantener el sillón, o arrebatárselo a quien lo ocupa, que los intereses ciudadanos. No se percibe la más mínima voluntad de llegar a acuerdos en cuestiones básicas para poder hacer frente a los actuales momentos difíciles. Los que nos gobiernan puede que tengan problemas en concretar y hacer visibles sus propuestas, pero la oposición juega a don Tancredo, el ‘no’ es su lema, y no concreta alternativas. En tercer lugar, y para más inri, nos vemos obligados por los ‘mercados’ (pero no sólo por ellos) a afrontar importantes reformas estructurales. Reformas que, de momento, tienen unas únicas víctimas: los de siempre. Mientras, se espera una reforma fiscal profunda donde los que más tienen más paguen, donde se reactive la lucha contra el fraude fiscal, así como conseguir que las entidades financieras liberen fondos para facilitar créditos (¡con garantías normales!) a las empresas y a las familias.

Pero falta concreción y efectividad. Se transmiten básicamente datos macroeconómicos que no llegan ni a la economía real (especialmente las pymes), ni a la doméstica, ni a las personas en paro... No se comunica adecuadamente, ni se consigue confianza. A su vez, la oposición parece haber optado por el “cuanto peor, mejor”, con la esperanza de obtener réditos electorales. Para remontar nuestra grave crisis es imprescindible que la política y los políticos, gobierno y oposición, pongan toda su carne en el asador. Es urgente que los ciudadanos crean en la política (en mayúsculas). El riesgo es que en este año cada partido intente barrer para su casa empleando todas sus energías y recursos en una permanente campaña electoral.
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