EL MIRADOR
Un solomillo peligroso
J. M. Benítez
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Entiende uno la desazón que debe sentir el ciclista Alberto Contador ante la posibilidad de que lo sancionen después de que se haya encontrado en su orina un rastro de clembuterol. Pero quisiera uno, ante lo previsible y anodino de la realidad, a la que ni siquiera un acontecimiento aparentemente tan sonado como la reciente huelga general consigue inyectar un poco de emoción, que todas las noticias tuvieran los ingredientes de esta: la capacidad de suscitar en el público un debate moral respecto a la actuación del deportista; la posible relación del aciago resultado del análisis con una extravagante cadena de sucesos previos, entre los que destaca la búsqueda de un solomillo jugoso por las carnicerías de Irún; y, por último, la posibilidad, siempre gratificante, de un final feliz, en el que el injustamente acusado, esperemos, obtenga el necesario desagravio... Así deberían ser todas las historias, lejos de esa eterna inmovilidad que parece afectar a la información política, por ejemplo, que apenas da cuenta de actos y sí de dichos, y en la que la única posibilidad de desenlace se reduce a que estos dichos sean desmentidos por unos y reafirmados por otros.
Lo de Alberto Contador, además, nos remite a la única realidad tangible de la que puede fiarse un español: al sustrato cordial de la España galdosiana. En efecto, la historia del ciclista, presuntamente ‘dopado’ por comerse un solomillo, recuerda a la de ese cesante que el escritor canario introdujo en la trama de Fortunata y Jacinta, y al que la ingestión de carne, que apenas probaba, causaba los mismos efectos que la del alcohol. Para reírse de él y verlo reducido a la embriaguez más abyecta, sus amigos le invitaban a veces a comer un filete. Bajo sus efectos, al pobre don José Ido del Sagrario, que así se llama el personaje de Galdós, le da por imaginar que su mujer lo engaña con un hombre rico... Se ve que los excesos proteínicos nunca nos han sentado bien a los españoles. La fantasía de honra vulnerada que atormentaba al pobre don José se corresponde ahora, grosso modo, con la mala conciencia que atormenta a quienes ingieren un filete y piensan que con ello están condenando a la inexistencia al Adonis o a la sílfide que llevan dentro. Fantasía por fantasía: un campeón español ingiere un solomillo y su probada deportividad queda en entredicho, como la bonhomía de Ido del Sagrario. Y es que a fin de cuentas la carne roja, la más contundente de las materias animales, sigue siendo un incierto combinado de sustancias misteriosas. Ya lo dice el refrán: lo que no mata , engorda. Y cómo.