Navidad y depresión

Dirán ustedes que soy muy negativo y que no sé apreciar unas buenas vacaciones, pero lo que no me podrán negar es que somos muchos a los que cada año nos gusta menos la Navidad, sobre todo si no podemos disfrutar como quisiéramos de ella. Díganme si no es deprimente, por ejemplo, querer comprarse un buen jamón de bellota, de esos que levantan también el espíritu, y no tener siquiera para una loncha de chopped. O pensar en ese juguete tan educativo y didáctico que le vendría de perlas al peque, sacar la tarjeta, ir al cajero y recibir el odioso mensaje de “saldo insuficiente”. Qué decir de ese, para colmo, maravilloso viaje a las profundidades del hipermercado y vislumbrar a lo lejos unas estupendas cigalas frescas, pero tras ver su más que prohibitivo precio tener que resignarse a comprar la bandeja de congelados para la paella. Si esto no es deprimente. que venga Freud y lo analice. Alguno dirá que son situaciones exageradas de un deprimido columnista, pero les aseguro que son más habituales de lo que piensan. Yo diría que son las más comunes. Pero bueno, hay quien saca fuerzas de donde no las hay y siempre ve la botella medio llena. Sé que las actitudes positivas siempre ayudan a llevar la vida de forma más alegre, pero uno, por ejemplo, ya ni siquiera puede con el eterno y anual “Vuelve, a casa, vuelve...”, que este año lo canta la empalagosa Paloma San Basilio. En definitiva, que no. Que ya está bien de tanto consumismo y tanto gasto ilógico. Que si alguien tiene ganas de divertirse, con la que está cayendo, pues eso, que se marche a las Bermudas o a Punta Cana y no nos pongan los dientes largos a los que estamos en crisis económica y moral.