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El mirador

Los lujos de los eurodiputados

I. Galán

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
Bien está que los políticos cobren buenos sueldos para no verse obligados a robar, como sucede en países más corruptos donde los policías, militares y no pocos cargos administrativos o políticos tienen sueldos pequeños que les animan a pedir un suplemento a los ciudadanos.
Es tradicional escuchar la ‘mordida’ o multa más liviana que se paga a un policía en México cuando uno negocia con él una determinada infracción. En vez de pagarle al estado, soborna al funcionario y todo arreglado. Eso se extiende luego como un cáncer por toda la sociedad y lo mismo hacen cuando se ‘otorgan’ becas de estudio, cuando uno quiere aprobar sin saber una asignatura en la universidad, cuando en un juicio uno quiere librarse... Los precios suben dependiendo del nivel y del favor logrado. El resultado es un mundo sumamente injusto que favorece sobre todo a los más ricos que, impunemente, se permiten saltarse multitud de leyes aún sabiendo que incluso ellos pueden caer en manos de un médico inexperto o ser víctimas del hundimiento de una obra realizada por un arquitecto incompetente. No obstante, resulta llamativo que los eurodiputados se autoimpongan sueldos desproporcionados precisamente en tiempos en los que se hunde la economía y muchas familias quedan en la miseria; sueldos que ascienden a 7.655 euros al mes y que muchos ni siquiera perciben durante un año de trabajo; además, viajes en las mejores condiciones, un ‘jacuzzi’ nuevo, baños con burbujas y sillones de masajes para que estén relajados; por si fuera poco, también una pensión vitalicia a partir de los 63 años.

Luego dicen que los miramos mal, aunque sea fácil entender el escándalo que generan los salarios de estos trabajadores contratados por nosotros a través de las urnas. Algunos dicen que merecen más por sus estudios y los riesgos que corren, ciertamente mínimos en comparación con los obreros de la construcción, por ejemplo. Además, a nadie se le obliga a gobernar o a representarnos y los que lo hacen luego no quieren dejar el sillón aterciopelado con el que tan suavemente aposentan sus glúteos. El resultado es un mundo que también es injusto y con su ostentación sólo provocan desprecio y animadversión por parte de quienes les escogieron como sus supuestos representantes. Demasiado oropel mientras el pueblo sigue cayendo en picado en el abismo de la miseria.
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