Lección
de maestro
Alfredo Fernández
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
El pasado viernes tuve la dicha de ver la gesta de Enrique Ponce en Sevilla, una tarde ya memorable. Afortunadamente, fui de los privilegiados que pudieron estar en la Maestranza viendo la tarde mágica del valenciano. Tarde de emociones y de inigualables sensaciones en una actuación cumbre y histórica de una figura del toreo en sazón.
Este bendito espectáculo, cuando fluye como el viernes pasó en Sevilla, es el más maravilloso del mundo y no hay ninguna cosa que se le pueda parecer. Claro, todo nacido de la emoción, del ponerse el bello de punta y de brotarle a uno las lagrimas de eso que digo que se llama emoción. Y es que con tardes así se demuestra que la mejor promoción la Fiesta es la propia Fiesta, por mucho que luego empresarios de pueblo se empeñen en vendernos “ motos” y contarnos discursos falsos.
Entre todos tenemos que enseñar y educar que a los toros va uno a emocionarse y no a divertirse. Para divertirse está el circo, pero jamás una corrida de toros. Cualquiera que no haya ido a los toros y ve la corrida del viernes en Sevilla vuelve, porque las sensaciones que allí se viven son indescriptibles. Ponce estuvo inconmensurable con un toro bueno de “Zalduendo”. Si le mata le dan el rabo. Pero con el otro, un toro encastado y complicado, se jugó la vida en una lección magistral, dejando patente esa línea que hay entre Ponce y el resto. Tres vueltas al ruedo apoteósicas que para mí valen una Puerta del Príncipe. Ponce, rico perdido, con todo ganado ya, marcó la diferencia y apostó con un toro que casi nadie hubiera arriesgado. Ésa es la gran diferencia con los demás.