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La igualdad

Víctor Corcoba

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La igualdad
No pocos aún piensan que la igualdad es un amor imposible. Que no hay poder humano capaz de hacer valer este valor superior que propugnan todos los gobiernos democráticos mediante su ley de leyes. Fue Montesquieu quien dijo además que la democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de la desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo. Siglos después también advirtió la dama de hierro inglesa, Margaret Thatcher, que en cuanto se conceda a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él. También hay otra idea aristotélica donde se reafirma que el único estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Ha sido, pues, la igualdad un término declamado, leído, asimilado según modos y maneras, representado en todos los teatros del mundo a lo largo y ancho de la historia.

Ahora se nos vende la igualdad como distintivo de un gobierno socialista y entra en cartera ministerial. El reelegido presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, aparte de incorporar más mujeres que hombres en su nuevo gabinete, quiere asociar el equilibrio, la equidad, la ponderación, el ajuste, la igualación como llave de su manera de gobernar. La intención nos parece buena y la aplaudimos. Quizás haya motivos para creer. Ya veremos.

Lo cierto es que el Ministerio de Igualdad se pone en camino, con toda la carga de trabajo ancestral que ello supone. Por desgracia, abundan situaciones en las que la mujer malvive en relación con el hombre, si no jurídicamente, sí en condiciones de inferioridad. Este es un hecho tan real como la vida misma. Por cierto, en la nueva cartera ministerial, donde todo está por hacer y para hacerlo, ha puesto el presidente del gobierno a la ministra más joven de la democracia, una andaluza en plena forma, con cara angelical y mirada cautivadora, vocacional de la política y criada en las Juventudes Socialistas, bien podría comenzar por hacer que madure por doquier una cultura de igualdad constructiva e instructiva y extenderla a todos los ciudadanos. Ganaríamos todos en convivencia.

La hoja de ruta trazada por la Ley de Igualdad Efectiva entre mujeres y hombres, una ley moderna y avanzada, pero si después es incapaz de frenar usos y prácticas de discriminación como puede ser la edad fértil o no de la mujer, el origen racial o étnico, la orientación sexual, las convicciones religiosas, la discapacidad, tiene bien poco sentido haberla legislado. Hay que poner la ley en práctica, cueste lo que cueste, caiga quien caiga. En suma, que la igualdad hay que hacerla presente. Pienso que si a la joven ministra, Bibiana Aído, no le es ajeno como dicen el trabajo relacionado con los asuntos sociales y la igualdad, hará lo posible y hasta lo imposible porque su ministerio no sea un añadido más. Para servidor es el más importante de los ministerios. Como acertadamente ha dicho su responsable, “no podemos permitir que nacer hombre o mujer condicione nuestro destino”. Buen propósito. Lo ratifico.

La Justicia para la mujer, como para el hombre, que han de trabajar en complementariedad, requiere que se eliminen todas las formas de explotación generalmente avivadas por el estilo de vida de las clases ricas. Es un acto de justicia requerir igualdad de retribución y de oportunidades para progresar, luchar contra la mayor de las desigualdades que es la extrema pobreza que cohabita en la marginalidad, impartir una educación no discriminatoria que rompa los actuales estereotipos de género.

Si hay que reconocer en el ámbito profesional y educativo la figura del agente de igualdad e incluirla en el catálogo de profesiones, como reza en el programa electoral socialista, hagámoslo más allá del reconocimiento legal. Confiamos en que la habilidad femenina de Bibiana Aído rompa los cuernos definitivos del renombrado macho ibérico.
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