Por el bloqueo de Israel, Gaza ya no tiene gasolina
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
A las vejaciones de la falta de trabajo, escasez de alimentos, el encierro en la franja, sin luz ni agua; se suma ahora, en la Franja de Gaza, la falta de combustible como consecuencia del bloqueo económico que Israel mantiene en la zona. A causa de esto, los coches circulan a base de aceite de girasol y disolvente.
Ya no hay gasolina, ni diésel, ni gas. Hay que ingeniárselas para suplir la penuria en un territorio en el que el precio de los burros se ha elevado un 50%, hasta 150 euros. Lo hace el taxista Ahmed Zabed y decenas de colegas. "Mezclo 16 litros de aceite de girasol con dos litros de disolvente. El coche no funciona bien hasta que se calienta, y sé que el motor se estropeará pronto", comenta en la ciudad de Gaza antes de partir hacia el sur. Hay que comer.
Es sencillo identificar a quienes recurren a este combustible tan casero como contaminante. Sus coches desprenden un humo negro apestoso que se suma al de las basuras quemadas. Los poquísimos afortunados que pudieron hacer acopio de gasolina se han convertido en transportistas.
Las calles y avenidas de Gaza están repletas de gente que alza el brazo. Tampoco así es fácil desplazarse, porque los vehículos van a menudo repletos. Autobuses varados que agotaron su depósito, coches abandonados en mitad del asfalto, gente esperando en las carreteras a que pase algún asiento vacío forman la estampa cotidiana. Lo dijo meses atrás el primer ministro israelí, Ehud Olmert: "Por mí, que vayan andando". El suministro de diésel en el último año ha caído un 57%, y el de gasolina, un 80%.
Nadie se libra de la escasez. Munir Abu Hazira, dueño de un restaurante de pescado, se las ve y se las desea para ofrecer su menú habitual. "No tengo calamar", lamenta. "Sólo pescamos con red cerca de la costa y para el calamar se necesita ir mar adentro. Lo peor es que acaba de empezar la temporada de la sardina y muchos consiguen buena parte de sus ingresos en esta época. Lo perderán todo".
El racionamiento se sigue a rajatabla en las pocas estaciones abiertas. Se sirve a ambulancias y a organismos oficiales. Lista en mano, el empleado de una gasolinera, ocioso a la fuerza, comprueba el nombre del aspirante a repostar. Máximo: 20 litros.
Rafik Maliha, director de la única central eléctrica de Gaza, también se enfrenta, angustiado, a escollos sin fin. La planta abastece de energía a 500.000 personas. "En octubre Israel disminuyó las entregas de diésel industrial. Hace un mes la redujo de nuevo a la mitad. El domingo estuvimos casi cerramos. Los depósitos de 20 millones de litros para encarar emergencias, que deberían estar siempre llenos, los tenemos vacíos".
Maliha denota una profunda decepción: "La UE paga la factura, pero Israel decide cuándo corta el suministro. Es un arma política. En realidad, Israel dirige la planta, no yo. Las promesas de la UE y de EE UU son falsas. El aspecto humanitario no les interesa".
Aunque en algunas casas se empieza a cocinar con fuego de leña; a pesar de que miles de estudiantes no asisten a la universidad; pese a que nadie celebra bodas o lo hacen sin invitados en el festejo; aunque Internet se emplea como nunca porque las relaciones sociales se han congelado, siempre hay quien se empeña en ver la arista positiva. "No hay tráfico. Es un día excelente para pasear con mi bebé en el carrito", sonríe Amal, madre de cuatro hijos.