Diario digital de la Sierra Noroeste de Madrid
22 de noviembre de 2024, 0:54:33
Opinión


Entre golpistas y fachas

Por Jorge Molina Sanz

El vodevil de los diputados y del gobierno debía avergonzarles y hacernos reflexionar.


Nuestros amigos han seguido con interés todo lo que se está «cociendo» estos días y el viejo marino comenta:

—En el Parlamento hemos asistido a un guirigay que es de todo, menos edificante. Cuando no hay argumentos, lo fácil es el insulto y la injuria; y eso es lo que estamos viendo. Toda estas descalificaciones ad hominem recuerdan aquella cita de J.J. Rousseau «las injurias son las razones de los que tienen culpa».

Asistimos perplejos a técnicas, ya conocidas en la psicoanalítica, como es la «proyección», es decir, utilizar un mecanismo de defensa, atacando, atribuyendo defectos y actos que realmente hacen los que acusan a los demás. Este mecanismo psicológico se ha convertido en un hábito.

No es de recibo que el gobierno de Pedro Sánchez, un felón y falaz político, que viene ejecutando todo lo contrario a lo que se había comprometido y había negado hacer; ahora lanza de forma orquestada a su jauría de ministros y parlamentarios para acusar de «golpe de Estado» a la oposición por elevar al Tribunal Constitucional una petición cautelar.

La joven profesora añade:

—Lo que no dicen estos es que estamos ante un mecanismo, legal y democrático, aunque excepcional, ya utilizado por el PSOE en 2011 y el PSC en 2017-2018 en casos similares. Que no se rasguen las vestiduras y que no ataquen a los jueces con argumentos obscenos como «ataque a la democracia» o el de «golpe de estado con las togas», La «proyección psicológica» ya es muy cansina.

La política se está convirtiendo en algo infecto, bipolarizada en exceso y con un resultado indecoroso, porque las discrepancias políticas no pueden acabar en el insulto y a la mentira.

Pedro Sánchez, mal que le pese, pasará a la historia más por su política falsaria y por encabezar un proyecto de desmembración del país con decretos-leyes y leyes, dudosamente constitucionales, en el que las desigualdades y la cohesión territorial es cada vez menor, que por lo que él desea.

Las fintas y regates parlamentarios han existido siempre, es más, esa es una de las señas de identidad de un parlamento, su capacidad para «parlamentar», para dialogar, para aportar soluciones, para buscar fórmulas que aporten mayor calidad de vida y que los agravios comparativos no sean tan obvios.

El marino prosigue:

—Lo peligroso de esta situación es que, para gran parte de la población, por diferentes causas, acaba asumiendo como normal lo que es reprobable.

Estamos anestesiados. La vida cotidiana nos absorbe y las cuitas políticas se quedan como algo alejado, ajeno a nuestros intereses. Además, con esa sensación que describió el psicólogo americano M. Seligman, padre de la «psicología positiva», que describió la «indefensión aprendida» como un fenómeno cuando se adopta un rol pasivo ante todo tipo de problemas con sensación de impotencia.

Aunque no se puede ceder, porque los argumentos políticos que usan para producir estos cambios se fundamentan en tópicos y conceptos falaces que han calado socialmente. Uno de ellos, el más importante, es que el Parlamento es la representación de la mayoría. ¡Eso es mentira!

Los votos de determinadas provincias equivalen a tres o dos de otras de mayor población. En su día, con esas proporcionalidades, se trató de favorecer a ciertos territorios. Aunque con ello, no se cumple el principio de «una persona, un voto». Haciendo las sumas aritméticas se puede constatar que esa mayoría parlamentaria, no se corresponde a la mayoría de los ciudadanos.

Además, un gobierno puede modificar leyes y decretar nuevas, pero deben ajustarse a la Constitución y respetar los equilibrios que en ella se contemplan. La «nocturnidad y alevosía» no entran en la ecuación.

Encima para justificar esos procedimientos que rozan la ilegalidad se recurre a las injurias y descalificaciones que, lejos de ayudar, hacen que los ciudadanos vean a la «casta política» como algo pernicioso, corrupto, alejado e innecesario. ¡Menos insultos, menos mentiras y más concordia!

Corremos el peligro de crear un «Frente Popular» de tan nefasto recuerdo.

La profesora añade:

—Además, de todos estos argumentos, con los «insultos y descalificaciones», estamos banalizando todo lo que dice el Parlamento y el gobierno. Este lenguaje se ha convertido en norma, como tildar de «jueces golpistas» lo que debería tener la máxima reprobación social.

Entiendo la añoranza de aquellos tiempos en los que el lenguaje se medía, los ataques no eran personales, se utilizaba el ingenio para rebatir al adversario, nunca enemigo, y se respetaban las instituciones, pero estamos en una política de penuria intelectual y falta de erudición, sólo les adorna la zafiedad y la maldad.

Como muestra, insultos como el de «facha», a base de manosearlo, se va a convertir en un halago.

Nuestro marino concluye:

—Lo cierto es que «fachas» o «togas golpistas» hay menos de lo que pregonan. Es más, sólo conozco a un facha. Ese soy yo, tu viejo marino que, después del gimnasio y perder veinte kilos, se me quedó una facha inmejorable y porque ya no estoy en edad; sino tendría un gran éxito.

Entre risas, se van a disfrutar del cielo límpido y sereno para contrarrestar la pésima imagen que nos brinda este gobierno.

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