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Opinión | |||
LA CONJURA DE LOS NECIOS |
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Nos falta un Nuremberg |
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Por Jorge Molina Sanz | |||
Se han cumplido 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco y la liberación de Ortega Lara. |
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La charla de nuestros amigos hoy es monográfica y el marino comenta: —El tiempo pasa muy rápido, las noticias se suceden y la actualidad entierra rápidamente los sucesos importantes. Se han cumplido veinticinco años de aquellos días en los que todos estábamos conmocionados con la liberación de Ortega Lara, este funcionario de prisiones había pasado 532 días secuestrado, en unas condiciones infrahumanas, en una nave industrial de Mondragón. Los etarras habían construido un zulo de 2,2 metros de ancho y 1,80 de alto, bajo tierra, con humedades y unas condiciones precarias; así lo relataba en aquella época un periodista: «Ni siquiera los campos de concentración nazis que he visitado tienen la crueldad que tiene esto». Cuando Ortega Lara le preguntó a Bolinaga las causas de su secuestro, la respuesta fue: «Estás arrestado por ser un miembro del aparato represor», lo que incide en la vergonzosa irrealidad en la que viven los etarras. La Guardia Civil logró rescatarlo y se encontraron con una persona en unas condiciones deleznables; había perdido 23 kilos y la mirada perdida, muy deteriorado, sin apenas masa muscular, ni densidad ósea, al punto de que su hijo pequeño no lo reconoció cuando fue a abrazarlo. Los especialistas dijeron que fue un milagro que siguiera con vida. En esas condiciones y si sumamos vejaciones y torturas, sólo se puede concluir que la crueldad asesina de ETA no puede borrarse de un plumazo, que todo aquel dolor se pretenda desdeñar. Desde el Estado de Derecho, nunca se le debería haber concedido el tercer grado a Bolinaga. Sólo habían transcurrido 10 días cuando ETA secuestró a Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del PP en Ermua. Era una venganza y un chantaje al gobierno. A los dos días, el cobarde etarra Txapote le descerrajó dos tiros en la cabeza y lo abandonó en un descampado. Lo encontraron todavía con vida, pero fallecía en la madrugada del 13de julio. La conmemoración de ese XXV aniversario en Ermua ha tenido mucho de farsa y otro paso para blanquear a ETA y olvidar el pasado, mientras la Unión Europea nos insta a que se investiguen y juzguen como crímenes de lesa humanidad aquellas muertes, con el torticero y vergonzoso rechazo del PSOE. Interviene nuestra amiga: —Todo esto coincide con la negociación de Sánchez con Bildu, para sacar adelante su ley de Memoria Democrática que es un intento de reinterpretar la historia, con la excusa de una supuesta reparación y normalización democrática. Me asalta la duda de si escribir la historia les corresponde a los políticos o a los historiadores. Esa obsesión por manipular los hechos de épocas pretéritas y que actualmente ya solo interesa a muy pocas personas sólo consigue dividir y enfrentar a la sociedad de un modo artificial. Somos una democracia, con todas su imperfecciones, pero no se puede vivir removiendo y reescribiendo y utilizando políticamente el pasado de un modo torticero. El espíritu de la Transición fue de perdón y reconciliación. En esos años se promulgaron diferentes medidas que amnistiaban delitos y faltas de carácter político, desembocando finalmente en la Ley de Amnistía, de octubre de 1977. Todo este artificio no es más que un señuelo para mantener el «relato», la tensión política, la polarización, blanquear a delincuentes y justificar algunas acciones ideológicas. Interviene el marino: —Es bueno superar aquellos «años de plomo y tiro en la nuca» y pasar página sobre el terrorismo etarra, pero no se han hecho las cosas importantes y esenciales para esa normalización. La primera es juzgar los 379 crímenes todavía sin resolver. La segunda sería la entrega de las armas —no hace tanto que se descubrió un zulo—; no es suficiente con dejar de matar. La tercera, pedir perdón, a las víctimas y a los españoles por el daño infringido. La cuarta mostrar arrepentimiento por aquellos actos indignos en democracia. La quinta un acto de acatamiento de la Constitución, no hacerlo es situarse fuera de la ley. La joven profesora inquiere: —Hay mucho más, todavía se ensalzan, por toda la geografía vasca, como «gudaris» a esos asesinos, Han dejado de matar, pero no de amedrantar y de actuar con total impunidad. Los juicios de Nuremberg no juzgaron a todos los culpables, aunque sirvieron para castigar todos los crímenes del nazismo y determinar su culpabilidad por el Holocausto. Esos juicios fueron útiles para desarrollar una jurisprudencia específica y de hecho se consideran como el nacimiento del Derecho Internacional. Hacer paralelismos sería absurdo, pero fue un símbolo para poner fin a una etapa, determinar la ilegalidad de unos actos y el tránsito para que Alemania se pudiera incorporar como una democracia. Nosotros necesitamos ese juicio a ETA y de esa etapa de «plomo y tiro en la nuca». Asentar que hablamos de una organización ilegal, criminal y antidemocrática. No olvidemos que todos esos muertos fueron en plena democracia, en la que no eran necesarias esas muertes, ni esa violencia. Ese juicio era importante para determinar las condiciones para reintegrarse. Mientras lo que hemos hecho ha sido por la puerta de atrás, minimizando la gravedad de sus actos, blanqueando sus acciones y banalizando sus intenciones. Eso señala la mala calidad en la que estamos convirtiendo nuestra democracia. El marino concluye: —Esta mañana he visto volar un burro. ¡No pidamos imposibles! Hoy la ironía no provocaba risas, nuestros amigos se despiden con un cierto sabor amargo.
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